Según una tradición bizantina, el emperador Justiniano, cuando se consagró la impresionante basílica de Santa Sofía en la víspera de Navidad de 537, exclamó orgulloso: «¡Te he vencido, Salomón!». La frase subraya el significado simbólico de tamaña obra que venía a superar al desaparecido Templo de Jerusalén. Al fin y al cabo, para la ideología imperial, Constantinopla representaba la Nueva Jerusalén y su templo mayor, dedicado a la Santa Sabiduría de Dios, significaba la consagración del imperio cristiano. Hoy, tras el decretazo del rais neo-otomano, Santa Sofía ha sido reconvertida al culto musulmán. «¡Te he vencido, Atatürk!» habrá –como poco– exclamado para sus adentros el inefable Recep Tayyip Erdoğan, pues en realidad su ampulosa retórica al anunciar el nuevo status de Ayasofya Camii lo ha dejado bien claro, el legado de Kemal Atatürk, creador de la Turquía moderna, ha quedado enteramente liquidado.

Todo resulta paradójico en este proceso. La extraordinaria singularidad de esta maravilla arquitectónica hizo que, desde la conquista otomana de 1453, el nombre de Ayasofya –mera transliteración de su forma griega Hagía Sophía– se mantuviera ininterrumpidamente hasta hoy, aunque realmente la denominación oficial del monumento, en turco, siempre mantuvo la consideración de «mezquita»: Ayasofya-i Kebir Camii Şerifi (Noble gran mezquita de Ayasofya). El decreto de Atatürk (1934) por el que Santa Sofía –desacralizada– pasó a ser un museo significó en su día un paso trascendental para sellar las profundas y revolucionarias medidas dirigidas a la modernización de la nueva República. En los rescoldos de la derrota otomana en la I Guerra Mundial, tras la victoria definitiva en la guerra greco-turca (1922) que puso fin a la multisecular presencia griega en Asia Menor, y de la firma del Tratado de Lausana (24 de julio de 1923), suscrito entre Grecia y las potencias aliadas, por el que se reconocían las nuevas fronteras de Turquía, el Imperio Otomano había dejado definitivamente de existir y ahora Turquía limitaba su territorio a la península de Anatolia y la Tracia oriental. Abolido primero el sultanato, el conjunto de medidas reformadoras con Atatürk se basaban en la secularización del nuevo estado, lo que implicó un complejo proceso, no exento de fuertes resistencias por parte de los ulemas y sectores más conservadores. Las reformas kemalistas afectaron al corazón del extinto modelo otomano: abolición del sultanato y califato, eliminación del uso de la grafía árabe y adopción del alfabeto latino; profunda reforma de la lengua turca, de la que desapareció una gran masa de vocabulario árabe y persa junto con la prohibición de imprimir literatura religiosa en estas lenguas que, a la vez, ya no pudieron enseñarse en la escuela. La educación experimentó igualmente una transformación total: se hizo obligatoria y universal, desapareció la enseñanza religiosa en escuelas coránicas quedando la religión relegada estrictamente al ámbito familiar, aunque, bien es verdad, el programa secularizador nunca se opuso a la religión como tal –jamás llegó a implantarse un modelo educativo ateo de corte soviético, tal como proclamaban los oponentes a las reformas. Con la reforma constitucional de 1928, Turquía se convirtió en un estado secular cuyos ciudadanos, con independencia de la religión que profesaran, gozaban de plena igualdad legal. Todos los órdenes de la vida social se vieron afectados: abolición de la poligamia, introducción del matrimonio civil y del divorcio, conforme a un nuevo código civil; abolición de los tribunales islámicos; legalización del alcohol para los musulmanes; hasta la vestimenta se vio afectada: prohibición del velo para las mujeres y del uso en público del fez y del turbante, etc. Estas transformaciones culminaron con la secularización del mayor símbolo político-religioso del mundo otomano: Santa Sofía.

Ahora, con la cobertura legal decretada por Erdoğan, se consumará la anhelada amortización de la era kemalista con la gran ceremonia que inaugurará la nueva etapa musulmana de Ayasofya Çamii el próximo 24 de julio. La fecha no se ha elegido al azar, la ha señalado bien claramente Erdoğan, pues coincide con el 97º aniversario del Tratado de Lausana. A decir del propio Erdoğan, Lausana ha supuesto casi un siglo de humillación para Turquía. No cabe mayor contradicción que esta pues, por mucho que trate de engañar, la Turquía moderna es fruto del Tratado de Lausana y de Kemal Atatürk que la hizo posible. A lo que el señor Erdoğan apunta es a una «resurrección» de una Turquía que sólo cabe ser considerada «neo-otomana». Santa Sofía / Ayasofya es el símbolo que le faltaba para «redimir» al monumento de un laicismo que, desde que Erdoğan empezó a regir los destinos de Turquía, no podía soportar, especialmente desde el frustrado golpe de estado que padeció en 2016. Su agresiva y arriesgada política exterior –intervenciones en Siria, Libia e Iraq– van en esa misma dirección «neo-otomana».

El mundo no puede hacerse ahora el sorprendido. Todos y cada uno de los pasos dados desde que, en las elecciones generales de 2002, Erdoğan se hiciera con la mayoría, han ido dirigidos a la liquidación de lo que representaba histórica, sociológica y culturalmente la Turquía republicana, es decir, el legado de Atatürk. Hubo un momento, muy breve, en el que Erdoğan pareció pretender los favores de la Unión Europea y de la ONU, cuando en 2004 patrocinó el señuelo de la Alianza de Civilizaciones. Los hechos posteriores que tanto han afectado al Oriente Próximo disolvieron trágicamente aquella entelequia que no fue otra cosa sino una aplicación, a escala mundial, de la taqiyya (el disimulo o fingimiento cuando un musulmán siente su fe en peligro). Santa Sofía puede que tarde mucho en revertir la situación en que ahora ha caído. Mientras, cualquier diálogo al respecto es inútil. Erdoğan lo ha dicho muy claro, toda crítica –no digamos ya condena– a la medida es un acto hostil contra Turquía. Queda el consuelo de su «generosidad» al permitir, fuera de los horarios de culto, la entrada «gratuita» de turistas y que los mosaicos no se van a tocar, pero sí que, durante el oficio religioso, quedarán velados; seguramente que el maravilloso pavimento de mármol en opus sectile, quedará cubierto por alfombras o esteras. Ya hay precedentes, por ejemplo, en la joya bizantina (s. XIII) de Santa Sofía de Trebisonda, igualmente reislamizada en 2012. Confiemos en que San Salvador de Cora (Kariye Camii) no siga el mismo camino, pero todo es posible, por lo pronto la reciente restauración del monasterio del Pantocrátor (Zeyrek Camii) ha incorporado un flamante mihrab y ocultado el maravilloso pavimento en opus sectile con alfombras.

Cuando caiga el telón ocultando los impresionantes mosaicos del ábside de Santa Sofía, siempre quedará el fragmento de la inscripción (del año 867), parcialmente conservada, que recuerda el restablecimiento del culto a las imágenes:

Las imágenes que aquí borraron los impostores
unos piadosos soberanos las restauraron.

Pedro Bádenas de la Peña
Profesor de Investigación Emérito, CSIC

La Reconquista Neo-Otomana de Santa Sofía